El orden y las rutinas son necesarios para crear una convivencia estable, en la que el niño/a sienta que tiene la capacidad de hacer cualquier cosa por sí mismo y, además contribuye a que vaya creando una autoestima sana y una gran fortaleza para enfrentar la vida.
A los papás y las mamás nos ayuda a crear un guion en este aprendizaje diario que es llevar hacia adelante una familia, un hogar. Nos da la llave para gestionar de forma eficaz el poco tiempo del que disponemos cada día para realizar las tareas o rutinas básicas y también las establecidas según la necesidad de cada miembro de la familia.
Somos conscientes de que si logramos que nuestro día a día funcione; si logramos que nuestros hijos/as sean capaces de poner y quitar la mesa, ayudar en la cocina, recoger sus juguetes, llevar su ropa al cesto, preparar la ropa y la mochila para el día siguiente… en fin, todas las rutinas que vamos enseñando según la edad del niño/a, vamos a evitar una infinidad de conflictos en nuestro día a día y vamos a ganar tiempo para disfrutar junto a ellos/as. No obstante, lo difícil no es llegar a alcanzar nuestros objetivos, si no mantenerlos.
Puede que haya días en los que los niños/as están más cansados/as y no quieran hacer sus rutinas, o puede que hayan pasado las vacaciones de navidad y la vuelta a la normalidad les esté costando demasiado, o puede que estén empezando a notar sus hormonas alteradas porque están entrando en la etapa preadolescente y se rebelen ante cualquier petición.
En esos momentos, días, situaciones, como padres y madres es difícil mantener la calma y la paciencia, tanto si hemos logrado que exista un orden en nuestro hogar, como si no lo hemos logrado. En ambos casos, probablemente nuestra mente esté obcecada en terminar las tareas para que, tanto los niños/as como nosotros/as, podamos irnos a la cama a descansar para enfrentar un nuevo día con energía.
Es ahí, cuando nuestra mente se nubla y empezamos a corregir sus acciones. Que si no has quitado la mesa, que si has recogido mal tus juguetes, que porqué todavía no te has lavado los dientes… Sin darte cuenta, entras en una espiral de cansancio y agotamiento que provoca que emplees parte del poquito tiempo que tienes para estar con tus hijos/as, en corregir todo aquello que intentan hacer; desde poner la mesa, como ejemplo de rutina, hasta incluso si se acercan para darte un abrazo, y tú consideras que no es el momento porque hay tareas de por medio.
Como decía al principio, el orden, las rutinas y por supuesto los límites son necesarios en el hogar pero…
¿Qué hay de crear ese vínculo que va a perdurar con nuestros/as hijos/as durante toda la vida?
¿Cómo conseguimos que nuestros/as niños/as mantengan la alegría y la ilusión en el día a día?
¿Cómo mantenemos todo lo que vamos enseñándoles, sin que nos resulte una carga?
¿Cómo logramos sentirnos satisfechos y felices junto a ellos/as cada día?
¿Cómo disfrutamos a su lado como si nosotros/as volviéramos a ser niños/as de nuevo?
La respuesta es sencilla, y la práctica todavía lo es más:
conectando con nuestros hijo/as, siempre antes de corregir cualquiera que sea su comportamiento o acción.
Prestando atención a los detalles, a cómo se expresan, cómo se comportan. Escuchando atentamente aquello que nos transmiten, sus miedos, sus inquietudes…
Porque es mucho más importante buscar la complicidad en su mirada, que imponerle normas y rutinas, e incluso tener la capacidad de, en un momento de regañina, mirarlo/a a los ojos, verlo/a y echarte a reír con él/ella. Porque en realidad, tal vez aquello que le estás corrigiendo no sea tan importante como su cara de pillo/a.