Estás en ese momento en el que intentas hacer balance de cómo ha resultado el verano con tus hijos/as. Habéis disfrutado, habéis reído, habéis jugado, habéis trasnochado, habéis descansado (o no)… pero, probablemente, también hayas acabado desesperada/o, malhumorada/o o exhausta/o.
Sea como sea, lo has intentado. Has estado ahí para compartir momentos maravillosos con tus hijos/as, para disfrutar de las pequeñas cosas que os hacen felices, para permitirte ese espacio/tiempo en el que surgen momentos únicos.
Una conversación bonita, unas palabras sinceras sobre la arena, sintiendo la brisa del mar, que hacen que sientas la calma junto a tu hijo/a unos instantes.
Una reunión con amigos en la que observas lo increíblemente feliz que se muestra tu hijo/a por compartir con diferentes amiguitos/as.
Un día sin salir de casa… ¿os habéis atrevido? ¡Jijiji! Te despiertas, pero no te levantas. Esperas a que se despierte tu hijo/a y lo/a llevas a tu cama. Le mimas, le haces un masaje, le cuentas una historia… y al final, te levantas de la cama a “las tantas”. Desayunas casi a la hora de comer, y te olvidas de las responsabilidades, de las rutinas. Únicamente estás presente y sientes en la sonrisa de tu hijo/a, que todo es perfecto.
Te van llegando esos recuerdos de momentos vividos y lo comentas con tu hijo/a para transmitirle ese sentimiento de satisfacción, de forma que le animas a que él/ella también te exprese cómo se ha sentido durante las vacaciones de verano.
Y la respuesta de tu hijo/a es…, sobre todo, sincera:
“Mamá/ papá, eres una mamá/papá muy estricta/o, aunque ha estado bien”.
¡Alto! ¡Para! ¡¡¡No te estreses, no te enfades, no te derrumbes, no te culpes!!! ¿UNA MAMÁ/PAPÁ MUY ESTRICTA/O?
No digas lo primero que se te pase por la cabeza. Intenta aquietar tu instinto, tu cerebro cocodrilo. Respira, bebe un poquito de agua, cuenta hasta diez… y acomódate para realizar esa escucha activa que te va a ayudar a descubrir por qué tu hijo/a piensa que eres una mamá/papá muy estricta/o.
Probablemente se crucen distintos pensamientos en tu cerebro humano. Puede que te asalte la creencia de que te pasas el día complaciendo a tu hijo/a y, por eso, sientes que te está faltando al respeto con ese comentario.
O puede que pienses que tú tienes razón, que eres mejor que él y creas que eso no es cierto, y que has tenido que hacerlo todo tu sola/o durante el verano y estás sobrepasada/o.
Pero, lo que realmente importa es lo que estás a punto de descubrir; la respuesta que vas a escuchar de tu hijo/a, y esa respuesta quizá tenga algo que ver con la forma en que has guiado a tu hijo/a durante el verano.
“Mamá/ papá, te has pasado el verano repitiéndome lo que tengo que hacer, y siempre con una cara que no me gusta, porque parece que estás enfadada/o. Y además, no me has dejado hacer muchas cosas”.
Y, en ese momento, tu cerebro hace click y te das cuenta de que te has perdido… ¡has perdido tu propio centro! Has perdido el equilibrio entre la amabilidad y la firmeza con la que solucionas las situaciones, los conflictos en el día a día. Posiblemente, te hayas vuelto demasiado firme porque tu hijo/a ha intentado saltarse las rutinas, los límites, las responsabilidades.
Pero, y ¿quién no se deja por hacer la cama un día, ó se come dos helados en un día, en verano? Y, ¿quién no olvida que tenía que hacer la compra, en vacaciones?
Es hora de retomar el trabajo, recordando algunos valores como la disciplina para poner en marcha de nuevo las rutinas, o el autocontrol para intentar gestionar nuestro estado emocional en este proceso de cambio hacia la normalidad.
Recupera tu centro, encuentra de nuevo el equilibrio entre la amabilidad y la firmeza en tus palabras, en tus acciones, y practica día a día con tu hijo/a:
“Cariño, entiendo que hayas sentido que he sido demasiado estricta/o y quizá me he olvidado de ser más amable. Ahora es tiempo de volver a la normalidad y vamos a comenzar de nuevo con nuestras rutinas diarias, y también vamos a tener en cuenta los límites para volver a crear la armonía en nuestro hogar”.